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Un corazón sin fronteras: un marista en Perú
Por
Francisco Contreras R.
Publicado:
3 Junio 2016
Leido 1486 veces
Voluntariado y servicio pedagógico vivió el Profesor Waldo Maldonado en la Amazonía peruana
El espíritu de Champagnat trasciende el quehacer cotidiano de un centro escolar como es el Instituto San Martín. Compartimos con Uds., en este singular mes en que recordamos al fundador de la egregia obra educativa, la vivencia del profesor Waldo Maldonado Negrete, director de enseñanza media superior del colegio marista de Curicó.
Una experiencia que se inició el año 2015 a través de una propuesta de la congregación marista dirigido a los profesores o administrativos que invitó a realizar un voluntariado en Bolivia, Perú o Brasil. El profesor Maldonado postuló señalando en una carta las razones que le impulsaron participar en dicho desafío, sin saber exactamente si la iniciativa prosperaría y de quedar seleccionado, dónde le podría corresponder viajar.

Waldo Maldonado comenta que contaba con el bagaje del trabajo en terreno luego de participar en la experiencia hospitalaria de cuartos medios, el acompañamiento a los estudiantes de terceros medios en la inserción rural o en la construcción de mediaguas con los segundos medios, además de su pasión con el escoutismo reconociendo que buscaba “algo más personal, algo más para uno”. Una vez aceptada su solicitud, se enteraría más tarde que su destino era Perú.

Universidad Marcelino Champagnat: irradiando el saber.

La congregación marista cuenta en el país vecino del norte con la “Universidad Marcelino Champagnat” que pertenece a la red marista de educación superior de la congregación a nivel internacional. Es así como la singular aventura de voluntariado del profesor Maldonado se comenzó a matizar con un componente pedagógico por cuanto fue parte de un grupo de educadores que recibió como misión el desplazarse desde las comodidades citadinas de nuestra ciudad, o las de la capital peruana Lima, hasta el interior de la selva de la Amazonía del norte peruano, en el límite con Ecuador, lugar conocido como la provincia del Datem del Marañón (Marañón es el río que cruza la provincia) y cuya capital es el poblado de San Lorenzo, una localidad “con cierto parecido a nuestro cercano Hualañé,” al poniente de Curicó, expresa el profesor.

El topónimo, “Datem”, proviene de una palabra aguaruna, idioma autóctono de los habitantes de la zona y sirve para para denominar al ayahuasca, una fuerte bebida alucinógena utilizada por los pueblos indígenas amazónicos para acceder a estados modificados de conciencia y que la tradición le asigna gran poder de sanación.

“Recorrí la internet y otros medios para informarme dónde se encontraba San Lorenzo”, recuerda nuestro entrevistado. “Vi unas fotos, un par de videos y nada más”, agrega, “y nunca pensé que era como me lo imaginaba” refiriéndose a lo alejado y la precariedad de vida que le correspondería conocer. Pasadas varias entrevistas y reuniones realizadas en Santiago entre junio y noviembre de 2015 se le comunicó que debía dictar dos cursos dedicados a profesores de la zona debiendo preparar el material para ser remitido “antes del mes de octubre” para ser procesado porque la universidad se encargaría de trasladarlo a la zona de trabajo por vía fluvial.

Y llegó el día.

“Cuando acepté la posibilidad de viajar le comenté esta decisión a nuestro rector, Jaime Inostroza, para contar con su autorización y cuando le comenté a mi familia y mis hijos este paso, el único comentario –señala- fue ¿Cuándo te vas?” Indica que ellos conocen su espíritu aventurero y que “no estaba pidiendo permiso o algo parecido sino que estaba comunicando un anhelo personal que fue rápidamente aceptado, entusiasmándose todos con la idea.” Mensajes como “papá cuídate” o “viaja sin hacer locuras en esos lugares, fueron frecuentes; fue casi como colocarse –los hijos- en el papel de los adultos y yo el adolescente”, rememora.

El circuito del profesor Maldonado se programó para 1 de enero de 2016: luego de los abrazos de bienvenida a un nuevo 2016 había que estar temprano en el aeropuerto, punto de inicio de este servicio solidario para el equipo de educadores que viajó desde Chile –dos educadoras: Natalia, Silvia y Magaly, ex rectora del colegio marista de la Serena – y que significó que el familión se reuniera para despedirlo junto con el rector del ISM.

Recordó para esta entrevista que en las reuniones previas fue gradualmente conociendo “más o menos algo” sobre su punto de destino haciéndose todo y más realidad en un viaje que me “llevó a Lima por vía aérea con breve pernoctación y el rápido traslado en una pequeña avioneta hasta Yurimaguas, capital de la provincia de Altos de Amazonas y confluencia de los ríos Huallaga y Paranapura”. Luego vendría el embarcarse por otras 15 horas en un viaje inolvidable por ríos y afluentes de la Amazonía peruana en un Peque Peque, bote con motor de 2 metros de ancho por 30 de largo, para arribar ya caída la noche a San Lorenzo.

Extendiendo experiencias y saberes pedagógicos.

Las clases comenzaron el 3 de enero y esto significó que la inducción no se hizo en Lima sino que en terreno. Allá se embarcaron unas tres decenas de profesores y alumnos de la universidad marista de Lima que cumplirían diferentes tareas, “desde las administrativas, como monitores o como encargados de la gestión en terreno de la actividad de extensión de la universidad Marcelino Champagnat.” Este tipo de actividad formativa a distancia del profesorado peruano cuenta con la supervisión del Ministerio de Educación e implicó un rígido control de asistencia, de contenidos abordados, los recursos y apoyos de literatura que se llevaban entre otras materias.

De esa manera se avala oficialmente el convenio  contraído por el centro universitario marista para capacitar a los jóvenes de esta zona limítrofe que deseaban recibir instrucción y que por “motivos presupuestarios no pueden viajar a Lima por lo que es la universidad la que se traslada hacia allá durante un mes, para luego volver en el mes de octubre a tomar los exámenes y recoger las tareas y  trabajos; volviendo nuevamente hacia diciembre o enero del año siguiente, lo que hace que la carrera se extienda por unos siete años; aunque pueden ejercer antes ya que la falta de profesores les permite trabajar con las tribus aborígenes atendiendo a grupos de 10 o incluso 30 niños. Son pequeños centros –chozas muchas veces- para impartir clases con educadores uni docentes, o con suerte, bi docentes como les llamamos en nuestro país”, destaca Waldo Maldonado. Los educadores reciben una formación general que de acuerdo a lo avanzado de su capacitación les permite recibir incrementos económicos por parte del estado peruano.

Luego indica: “Estudiar una carrera en Perú tiene un equivalente de tiempo similar al de Chile, 4 o 5 años; quienes viven en la zona selvática no pueden hacer este proceso por lo que se extiende por más años; para ellos la ciudad más cercana está, viajando en un bote Peque Peque (una canoa con motor) a unas 15 o 20 horas mientras que en avioneta podrán ser unos 40 minutos, pero con un costo económico insostenible.”

“Tuve que trabajar con un total de 70 profesores, muchos de mi edad” –que no confiesa- “y otros de 60 o 70 años “con las resistencias típicas que se observan con los años”. Algunos de ellos “tienen muchos años de servicio” y otros “como los más jóvenes se animan por participar porque la universidad marista es el único centro educativo superior que hace este servicio en tan apartados parajes.”

Mundo real y mundo de contrastes.

Un verdadero trasvasije cultural se realiza en la zona y se recoge el temor de los educadores en formación por la posible pérdida de la lengua vernacular y dialectos (awajún, achuar, shawi,etc.) de los pueblos aborígenes ya que "los textos que entrega el Ministerio de Educación peruano están en español para clases que deben ser impartidas en nuestro idioma." 

En todo caso, aclara que “la universidad hace un trabajo espectacular porque todos los días se desarrollaba al final del día el módulo de los dialectos con clases de historia de las tribus que los profesores dictaban en su lengua nativa.” Subraya el profesor Maldonado -matizando su comentario- con respecto a la cultura y creencia local: “fui muy cuidadoso y respetuoso al tomar las fotografías porque en muchos de ellos persiste la idea de que es un robo del alma.”

“Contábamos con un universo de unos 550 alumnos que llegaron a San Lorenzo  durante todo el mes de enero; aunque en concreto eran más de 1200 personas que se adicionaban en el lugar porque los estudiantes se trasladaban con sus parejas e hijos” dinamizando la vida de San Lorenzo.

Salas de clases de tiza y pizarrón, sin ventanas por el calor agobiante de cada día y noche, peleando con los mosquitos y bichos, con lluvias tropicales torrenciales, restricción de energía eléctrica a pesar de que la universidad llevaba un generador para la escuela y el albergue que reunía a los educadores y equipo de voluntarios: “Alto consumo de agua a cada instante para rehidratarte en una zona donde impera la ley seca; te impresionas con el afecto de la gente, el interés por aprender, su constante preocupación por uno, hacían que las naturales incomodidades pasaran de largo. Volví a confeccionar en las noches papelógrafos para mis clases que me los pedían después”. Además, “te conmueves con conocer a una de muchas parejas de ancianos que viven al alero de una choza, sin nada más; o con la ternura de los niños”, recuerda con emoción.

Afectos en la despedida y desafíos para todos.

Llegando la última semana, revela el profesor Waldo Maldonado, quedaba la extraña sensación de desear partir y no querer hacerlo al mismo tiempo, “porque faltaban muchas cosas por hacer; me fui haciendo amigo de adultos y niños que eran mis compañeros de camino en mi ir y venir a la sala de clases que estaba un poco alejada del salón principal. El compartir con el grupo humano de los profesores fue espectacular donde cada uno cumplía con las tareas asignadas: aseo, oración, preparación de actividades”. Agrega: “me hicieron sentir estar en familia. Si hasta mi cumpleaños me lo celebraron allá” lo que provocó que, llegada la hora de partir fuera “dolorosa y triste al mismo tiempo.”

Finalmente, el profesor  Maldonado manifestó a este entrevistador su convicción  que hay mucho por hacer aún y “probablemente retorne el año 2018 por cuanto este proyecto termina el 2020” y lo otro es pensar cómo podemos potenciar el voluntariado y servicio marista en nuestro país, tal como se está comenzando a hacer en el sur del país, en la Araucanía u otros lugares.

“Tenemos que valorar muchas cosas que se hacen en Perú” para adaptarlas a nuestra realidad motivando a educadores y estudiantes para atreverse a hacerlo y aprender.”

Concluye señalando su agradecimiento a sus colegas, al rector Jaime Inostroza y Consejo Directivo del colegio, a la congregación marista por esta valiosa oportunidad, a la universidad Marcelino Champagnat y su rector el Hno.Pablo González Franco “por todo lo que me ayudaron y porque sentí volver refundado y con mucho compromiso luego de esta experiencia” junto con expresar el invaluable agradecimiento hacia su familia que también tuvo la disposición para facilitar este desarraigo de un mes estival, de descanso para muchos y de un silencioso trabajo para otros al contribuir a hacer realidad Un corazón sin fronteras que abrigó alguna vez San Marcelino Champagnat.

Texto: Profesor Francisco Contreras Robles
Fotos: gentileza profesor Waldo Maldonado N.

 

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