Siempre he sido gran
admirador de la "Santa de los pobres más pobres", Teresa de Calcuta.
Para incrementar nuestra fe en Jesús resucitado, quiero compartir
hoy día con ustedes quien es Jesús para ella.
Jesús es la palabra hecha hombre.
Jesús es el pan de vida.
Jesús es la víctima inmolada, por nuestros pecados, en la cruz.
Jesús es el sacrificio ofrecido en la Santa Misa, por los pecados
del mundo y por los míos.
Jesús es el amor, que debe ser amado.
Jesús es la alegría, que debe ser compartida.
Jesús es la paz, que se debe dar.
Jesús es el pan de vida, que se debe comer.
Jesús es el hambriento, que debe ser sustentado.
Jesús es el sediento, que debe ser saciado.
Jesús es el desnudo, que debe ser vestido.
Jesús es el sin casa, que debe ser albergado.
Jesús es el enfermo, que debe ser asistido.
Jesús es el hombre solo, que debe ser amado.
Jesús es el despreciado, que debe ser acogido.
Jesús está en el leproso, a quien se debe lavar las heridas.
Jesús está en el mendigo, a quien se debe dar una sonrisa.
Jesús está en el embriagado, a quien se debe escuchar.
Jesús está en el enfermo mental, a quien se debe proteger.
Jesús está en el pequeño, a quien se debe
abrazar.
Jesús está en el ciego, a quien se debe conducir.
Jesús está en el mundo, con quien se debe hablar.
Jesús está en el paralítico, a quien se debe acompañar.
Jesús está en el drogado, a quien se debe dar comprensión.
Jesús está en la prostituta, a quien se debe socorrer y dar
comprensión.
Jesús está en el preso, a quien se debe visitar.
Jesús está en el anciano, a quien se debe servir.
Todo se lo he dado a El, incluso mis pecados, y El me ha
escogido como su esposa, con ternura y amor. Ahora y para
siempre yo soy toda de mi esposo crucificado.
Si Jesús nos preguntara a cada uno: ¿Quién dices que soy yo para
ti ¿Cuál sería nuestra respuesta Para dar respuesta a esta
pregunta hay que hacer la experiencia de Dios.
La auténtica experiencia personal de Dios, en palabras de los
obispos latinoamericanos exige entrar en la dinámica del Buen
Samaritano (cf.Lc.10, 29-37), que nos da el imperativo de
hacernos prójimos, especialmente con el que sufre, y genera una
sociedad sin excluidos
.