Cada curso inició el largo recorrido por los pasillos de su colegio en emotivo adiós a historias, encuentros y desencuentros personales, alegrías y tristezas, aprendizajes todos que matizan la vida misma. Tal fue el inicio del camino que prontamente les tendrá como exalumnos con toda una amplia gama de posibilidades para seguir cultivándose y creciendo en el largo camino de la perfección humana - espiritual y profesional – en ciernes.

Los pasillos se hicieron estrechos para cobijar a los niños de la enseñanza básica que, a los sones del himno marista, estrechaban manos y entregaban recuerdos a los estudiantes humanistas, matemáticos y biólogos que lentamente avanzaban hacia el sector de administración colegial donde los padres y apoderados se fundían en estrecho y cálido abrazo en un camino de luz hecho con los cirios que portaban en sus manos.

Luego vino el paso por el patio de media inicial. La emoción se hacía sentir plenamente en los rostros de muchos de los estudiantes mientras que en otros se contenía estoicamente. Profesoras y profesores acompañaban el momento con mensajes de buenaventura para cada estudiante. Las damas maristas hacían lo mismo entregando -muy cerca del tradicional punto de reunión de incontables y reparadores refrigerios de los recreos- recuerdos de dulce sabor.

Punto de arribo fue el mismo desde donde se partió; instancia más que propicia para estampar en las albas blusas y camisas los mensajes que habrán de ser prendas invaluables del baúl de los recuerdos. En ese patio, mamás, papás, tías, tíos, hermanos, familiares y amistades se dieron cita para acompañar el fin de una etapa escolar-último día de clases- de la generación 2015, ya en la recta final de la enseñanza media y en el inicio de nuevos senderos por escrutar y recorrer.

Texto y fotos: Profesor Francisco Contreras Robles.